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Desde los últimos años del siglo XVI va adquiriendo perfil un tipo de composición musical estrechamente ligada al auge del romancero nuevo a la que se denomina tono, término utilizado en principio como sinónimo de música que acompaña a un texto en lengua vulgar. Consolidado a lo largo de la primera mitad del siglo XVII como género, el tono se haya vinculado a la música de cámara y al teatro (tono a lo humano). Desde segundo tercio de éste siglo, muy posiblemente por influencia de las celebraciones con el Santísimo Sacramento, se empiezan a componer además tonos a lo divino.
Los años cincuenta del siglo XVII fueron decisivos para la consolidación del nuevo género músico–teatral que perfilara Calderón, y el músico que fue capaz de asumir el reto de conjugar letra y música con este nuevo estilo fue Juan Hidalgo, arpista de la Cámara y Capilla Real, poniendo música a gran cantidad de textos de teatro religioso y profano.
Hidalgo jugó un papel muy importante en la evolución de los “tonos humanos y divinos” que se puede decir que son el equivalente a las arias en la música italiana. Gozó de mucha fama en vida y se conservan obras suyas en gran cantidad de archivos de España y América, tanto en castellano como en latín, y puso música a grandes plumas de su tiempo, entre ellos a Góngora, Lope de Vega y, sobre todo, a Calderón.
A mediados del siglo XVI aparece en España el “Arpa de dos órdenes” , según confirma Juan de Bermudo en su obra Declaración de instrumentos musicales en el año 1555. Ésta aparición, se debe a la creciente cromatización de la música y la progresiva emancipación del lenguaje específicamente instrumental. Así pues, el arpa, diatónica hasta el momento, se convierte en un instrumento cromático de una forma bastante original: añadiendo una orden de cuerdas cromáticas (teclas negras del piano) entretejidas o entremetidas con las diatónicas (teclas blancas del piano). Resultó ser un invento sumamente práctico para los violeros españoles y, al parecer, no utilizado fuera de la Península Ibérica.
Durante dos siglos (1650-1750), el arpa en la península Ibérica se convierte en un instrumento rey, su aparición en las capillas, acompañando los oficios eclesiásticos, está más que documentada. Pero el arpa de dos órdenes, no queda relegada únicamente al terreno de la música sacra. Su intervención, tanto en el teatro palaciego, como en el de corral de comedias, fue privilegiada.
Los famosos tonos, atestiguan la intervención musical del arpa en estos dos ámbitos, sacro y profano. Eran obras que se caracterizaban por el uso de textos poéticos de naturaleza religiosa o profana y, en su gran mayoría, estaban compuestos para una o dos voces. Así pues, recibieron el nombre de Tonos Divinos aquellos que se interpretaban en el marco de un contexto eclesiástico y litúrgico, y Tonos Humanos, al ser composiciones profanas, y en el ámbito en el que se desarrollaron estos fue, especialmente, el teatral. Incluso los Tonos a lo Divino también formaban parte del teatro cuando se trataba de los Autos Sacramentales.
Durante los siglos XVII y XVIII son muchos los compositores que personifican las pasiones y debilidades humanas para componer sus obras y alejar al oyente de esos textos que solo hablaban de los Dioses, mitos y leyendas del pasado. En esta época el hombre importa, y hay que aprender a entenderlo con sus virtudes y defectos, hay que aprender a estar con el ser humano atendiendo a su F R A G I L I D A D.
La fortaleza de un ser humano es proporcional a su capacidad de admitir su propia fragilidad.